viernes, 9 de marzo de 2012

La fuerza de las expectativas



Las creencias de los padres y docentes en cuanto a las capacidades de los niños pueden ser profecías autocumplidas
por TERESA LEÓN

Cuenta la leyenda de la mitología griega que un rey de Chipre llamado Pigmalión, frustrado en su búsqueda de la mujer perfecta, había decidido no casarse. Dedicaba sus horas de ocio a esculpir bellos cuerpos femeninos. Un día, se enamoró perdidamente de una de sus esculturas, a quien llamó Galatea. Deseaba fervientemente que se convirtiera en ser humano, y la trataba como tal. Tan grande era el amor que este rey sentía por su creación, que Afrodita, la diosa del amor, le concedió su deseo: "Mereces la felicidad, una felicidad que tú mismo has plasmado; aquí tienes a la reina que has buscado", dijo, convirtiéndola en la mujer de sus sueños. La obra de su pensamiento cobró vida.

Esta leyenda es la base de lo que se conoce como el efecto Pigmalión: lo que se espera es lo que se recibe. Dicho en otras palabras: la expectativa que tiene alguien sobre el comportamiento de otro ejerce una influencia sobre éste último.

Si un profesor, por ejemplo, piensa que un estudiante es sobresaliente, dicho estudiante tendrá más posibilidad de sobresalir que si el docente considera que es mediocre. Igualmente, si un padre o una madre cree -consciente o inconscientemente- que su hijo es deficiente, éste tarde o temprano mostrará bajo rendimiento.

Este efecto de las expectativas quedó documentado en 1968 en un libro titulado Pigmalión en la escuela, en el que sus autores Robert Rosenthal, de la Universidad de Harvard, y Lenore Jacobson, de las escuelas públicas de San Francisco, EE.UU., publicaron los hallazgos de la investigación que realizaron.

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