La competitividad está presente en los hogares, los colegios, las empresas, la comunidad; y a veces pasa desapercibida. Si bien algunas personas parecieran ser competitivas por naturaleza, muchos aprenden a competir en la infancia. En etapas de la niñez es natural que los niños compitan por el cariño y la atención de los padres y maestros. Sin embargo, los niveles de competitividad pueden llegar a ser exagerados y enfermizos y hacer que la persona viva constantemente en función de los demás.
(fotos: www.shutterstock.com/sonya etchyson)
Hay padres que compiten exhibiendo a sus hijos como trofeos y así enseñan a sus hijos a ser competitivos. Le envían a sus niños mensajes como "si no superas al otro eres tonto, y me haces sentir vergüenza, me verán como una persona fracasada, como mal padre".
En los colegios donde se estimula la competitividad, el niño aprende a medir su rendimiento y sus capacidades en función del otro, no en función de su propio avance.
Es importante atender las emociones del niño que se muestra celoso, hablarle para que conciencie lo que está sintiendo y pensando, sin hacerlo sentir avergonzado por ello, y ahondar en sus necesidades.
En la mayoría de los casos, lo niños compiten por atención y cariño. Generalmente lo que quieren es ser reconocidos por lo que son y por lo que hacen, sentirse aceptados y amados incondicionalmente.
Es importante atender las emociones del niño que se muestra celoso, hablarle para que conciencie lo que está sintiendo y pensando, sin hacerlo sentir avergonzado por ello, y ahondar en sus necesidades.
En la mayoría de los casos, lo niños compiten por atención y cariño. Generalmente lo que quieren es ser reconocidos por lo que son y por lo que hacen, sentirse aceptados y amados incondicionalmente.
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