Siendo la vida en pareja una parte destacada en las prioridades de muchos seres humanos, bien vale la pena analizarla desde un punto de vista global, integrando los aspectos psicológico, familiar y espiritual.
Por Teresa León
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Tener pareja es para muchos una fuente importante de cariño, la base para lograr una familia propia, la seguridad de disfrutar de compañía en la vejez, la satisfacción de las necesidades fisiológicas y hambres psicológicas, la piedra angular para la autorrealización y un largo etc. Para algunos, es primordial, no sólo una de las distintas áreas de sus vidas.
Hay personas que deciden vivir felizmente solas. Hay que diferenciar a éstas de las que sí quieren tener un relación armoniosa y satisfactoria, pero a pesar de buscarla o intentar mantenerla no la han logrado. ¿Por qué convive con esa persona actualmente? ¿Por qué, a pesar de haberlo intentado tanto, no ha logrado tener una pareja adecuada o estable? Muchas personas, cuando miran hacia esa área de sus vidas, no se plantean ningún tipo de preguntas sobre sí mismos, sus patrones familiares, decisiones previas, miedos, misión de vida, etc. Hay tendencia a pensar que las respuestas -ya sea que se le ponga el nombre de culpa, responsabilidad o causalidad- están sólo afuera. Algunos atribuyen lo que han vivido solamente a una cuestión de suerte y del destino, en la que no tienen ninguna injerencia sus creencias, pensamientos, emociones y actitudes.
En momentos de crisis por una mala relación o por sentirse en una profunda soledad tal vez no sea alentador escuchar que conviene hacerse preguntas sobre uno mismo y sobre lo que podemos estar haciendo para mantenernos en esa situación.
Pero bien vale la pena tomar el área de la pareja como una escuela para conocernos, crecer como persona y tener mejores relaciones. Podemos asumir al compañero como un maestro que nos hace ver cosas de nosotros mismos, y estas pueden incluir el miedo a separarnos o la necesidad de poner límites.
"Yo no tengo la culpa de que todos hayan sido así: hombres con "mamitis", dependientes de la aprobación de su mamá, egoístas, improductivos", señala María Nava, mujer profesional de 35 años de edad, quien por su crianza y personalidad termina asumiendo el papel de mamá y enfermera de sus compañeros sentimentales, hasta que explota por las cargas e insatisfacciones y luego se separa. ¿De dónde aprendió ella que ese era el papel que tenía que asumir en pareja?
Aprendemos por modelaje, viendo cómo se comportaba una figura significativa en nuestra infancia. También adquirimos un patrón de creencias y conductas cuando, consciente o inconscientemente, nos los inculcan en la familia.
¿Mejor solo?
Debido a lo que veían y escuchaban en sus familias durante su infancia, hay personas que recibieron mensajes contundentes y repetitivos con los que llegaron a la conclusión de que no eran dignos de ser amados, de que no conseguirían a nadie que los quisiera. Aprendieron que era mejor no acercarse a la gente, que era "mejor solo que mal acompañado". Estas personas pueden haber quedado programadas para que les vaya mal o para quedarse solas.
En el libro Las mujeres que aman demasiado, la terapeuta y escritora estadounidense Robin Norwood explica que las esposas y novias de sus pacientes alcohólicos le "clarificaron el increíble poder y la influencia de sus experiencias infantiles sobre sus patrones para relacionarse con los hombres". Muchas de ellas desarrollaron en la niñez la tendencia que mostrarían de adultas de entablar relaciones problemáticas y nocivas.
Si en su infancia una persona era rechazada y sentía que nadie la quería, puede haber aceptado la idea de que era mejor no acercarse para no sufrir el rechazo; y tomó esa idea como una orden: quédate sola. Es posible que se case varias veces, o que enviude a temprana edad, o que simplemente nunca se establezca en pareja y termine sola. Muy en el fondo sigue oyendo esa voz que le dice "no eres digna de amor".
Claro está que las relaciones reflejan la riqueza y complejidad del ser humano y no todas responden a la necesidad inconsciente de resolver algo del pasado.
Sin embargo, hay experiencias de la infancia que quedan grabadas como una impronta en la persona. Estas, junto con las decisiones que se tomaron al respecto, marcan pautas de conducta en las emociones y creencias en la vida adulta. Aunque la persona las haya olvidado, estas decisiones siguen estando allí y funcionan como un programa en su disco duro mental que la lleva a alejarse de un tipo de personas y atraer y acercarse a otras en particular, aunque éstas las mantengan en relaciones insatisfactorias. Los conflictos no resueltos de la infancia con alguno de los padres, por ejemplo, pueden reflejarse en la pareja. También las experiencias en la edad adulta pueden llevar a una persona a pensar que una vida armoniosa en pareja es imposible y a decidir no intentarlo. De ahí que conviene que el análisis también abarque esta etapa.
Publicado en www.estampas.com
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